España se mide el domingo a las 8.30 de la mañana a Estados Unidos en
la gran final del torneo olímpico. El oro parece una quimera, pero, ¿es
completamente inalcanzable? No, la selección española cuenta con
posibilidades. Aunque quizá haga falta un milagro.
El domingo se juega la final del torneo olímpico de baloncesto y
para la inmensa mayoría de los aficionados, de los periodistas, de los
especialistas, para todas y cada una de las casas de apuestas -que
ofrecen 10/1 a favor de España y ¡1/50 para EE UU!-, la medalla de oro
está adjudicada: se la llevará Estados Unidos, completando unos Juegos
en los que ha arrasado como Bolt en las finales de velocidad.
Las
estrellas de NBA tenían un objetivo claro, un único destino: redimirse
de pasados fracasos y alcanzar el único éxito internacional que tiene
relevancia al margen de la liga estadounidense, el oro olímpico.
Durante todo el torneo, su aspecto ha sido el de un equipo imparable,
motivado, comprometido, generoso, invencible. Una pleyade de estrellas
determinadas hacia un objetivo. Pero, ¿puede España hacer saltar la
banca?
Sí que puede. Si fuera una final al mejor de siete
partidos podríamos ir olvidándonos, pero jugando a un solo partido
existe la oportunidad. España ganaría aproximadamente uno de cada diez
partidos ante los americanos, o quizá de veinte... Pero sólo hace falta
que sea el día adecuado.
Los milagros, en los Juegos, existen
Tampoco
hay que engañarse; jugando el partido perfecto, viendo el aro como una
piscina olímpica y defendiendo incluso por encima del nivel que se ha
mostrado en los Juegos España puede perder, sería lo más lógico.
Estados Unidos ha presentado uno de los mejores equipos después del
Dream Team (aunque a años luz de éste), además están motivados y, por
encima de todo, son muy buenos, buenísimos.
Pero no voy a
dejar de repetirlo. Se puede ganar. Quizá haga falta un milagro, pero
lo milagros existen. Incluso en la historia de los Juegos Olímpicos
hay precedentes. Uno de los más llamativos y recordados llegó en los
XIII Juegos de Invierno, celebrados en 1980 en Lake Placid, Nueva York.
El torneo de hockey sobre hielo vivía décadas de dominio soviético, los
jugadores profesionales estadounidenses de la NHL acumulaban una
decepción tras otra, una humillación tras otra. Para esta cita, EE. UU.
ni siquiera acudía con un equipo profesional, sino universitario. Nadie
daba una sola opción a los estadounideses, que en la fase de grupos
fueron derrotados con claridad por la URSS. Pero desde cuartos todo
cambió y los jóvenes universitarios se plantaron en la gran final, una
vez más ante la todopoderosa Unión Soviética.
Este partido,
que a priori estaba tan decantado para los rusos como la final de este
domingo para los americanos, será siempre recordada como 'El Milagro
sobre el Hielo', así fue como lo bautizó un extasiado Al Michaels, el
comentarista que narró ese partido. En una batalla como las ha habido
pocas, los estadounidenses remontaron frente a la URSS y se llevaron
uno de los oros más inesperados de la historia olímpica. ¿Por qué la
selección española de baloncesto no va a poder reeditar una hazaña
similar?
Un ejercicio de fe
Para lograrlo,
España necesita dos requisitos indispensables: Debe confiar -o más bien
tener fe- en su juego y disfrutar de todos y cada uno de los cuarenta
minutos de la final. El partido va a ser muy distinto a la paliza
encajada en la fase de grupos. Aquel encuentro se acercaba mucho a lo
intrascendente y poco tendrá que ver con las sensaciones de una final.
La
gestión de la presión será vital, si el equipo de Aíto juega como si no
tuviera nada que perder y se olvida de cualquier tipo de tensión,
aparecerá de una vez por todas el mejor juego capaz de vencer a
cualquiera y de enamorar a todos los espectadores. Ese nivel no ha
llegado en todos los Juegos, la selección no ha alcanzado siquiera el
70% de su nivel, lo que le ha bastado para plantarse en la final. Ahora
sólo falta el remate con el partido perfecto.
Además, Estados
Unidos sí que sentirá la presión. Ellos mismos se la han impuesto. Kobe
afirmó, totalmente confiado antes del inicio del torneo olímpico, que
si no volvían con el oro tendrían que exiliarse; aquello fue una broma,
o una brabuconada, pero ahora la gran final no admite bromas y si los
estadounidenses ven siquiera la sombra de la derrota la presión puede
ser enorme. Una Argentina muy mermada demostró durante muchos minutos
que se puede plantar cara a los americanos. Un mal comienzo y la lesión
de Ginobili fueron demasiado, pero ellos nos enseñaron el camino.
Ahora
bien, si España se presenta con esa fe, con ese buen juego y los
americanos se ven sometidos al ritmo español, el partido puede ser
igualado. Sin Calderón será mucho más difícil, está claro, pero la
pareja de bases que queda no es mala en absoluto. Raül López seguiría
con un sitio fijo en la NBA si su rodilla no le hubiera traicionado,
aún así su calidad es infinita. Y Ricky Rubio es un genio precoz que no
entiende de presiones ni de finales, sale al campo a divertirse y nada
más. Después, los Rudy, Pau, Marc, Jiménez, Mumbrú y demás tendrán la
motivación por las nubes después de ser humillados hace unos días por
las estrellas de la NBA.
Y luego está Navarro. O más bien no
está. El último de los requisitos para completar el milagro reside en
la cabeza escolta catalán. Aunque ahora no nos acordemos, Juan Carlos Navarro
es probablemente el mayor genio anotador que tiene España, un jugador
nacido para anotar, capaz de matar a cualquier rival desde la línea de
tres o exhibir su clase lanzando el balón al suelo con penetraciones
eléctricas finalizadas con sus características extensiones. Navarro es
La Bomba por una razón: es capaz de dinamitar cualquier partido para
bien o para mal. En los Juegos su calidad no ha salido en ningún
momento, pero los genios tienen estas cosas y podría ser el
protagonista el día más indicado. La calidad la sigue teniendo.
Ahora
pregúntense, ¿creen en los milagros? Yo sí. Creo que España puede
conseguir el mayor éxito de la historia de nuestro baloncesto. Puede
parecer imposible, pero les invito a que el domingo desde las 8.30 de
la mañana crean en lo imposible durante alrededor de dos horas. No
perdemos nada por hacerlo.